lunes, 10 de diciembre de 2018

EJERCICIO II. ESCRIBIR UN MICRORRELATO SENTIDO

Los zapatos en mi tejado.
No sé qué escribir así que... Pues nada, las zapatillas cayeron solas de mi tejado en mis manos, atadas en un mismo nudo que las unía en todo momento que ni yo misma podía deshacer. El ruido del viento, de los coches, las personas de distintas aulas hablando, el ruido que hace el profesor, su voz, mis latidos, todo, crea una tensión en mí algo incómoda, la respiración continua de mis compañeros intentando seguir las instrucciones del profesor, mi respiración, el sueño, la tensión que es presente en la clase al no saber qué escribir; los bolígrafos y lápices siguen sonando sin cesar, la respiración de mis compañeros tampoco, ni la mía. Noto cómo la tensión de mi cuerpo se acumula en mis hombros y en mi estómago; el calor, la temperatura comienza a subir, me agobia, el silencio. Algunos lápices dejan de escribir, otros continúan. Los zapatos siguen atados en mi mente, no se desatan por más que quiera hacerlo. Ruido. Lápices cayendo sobre la mesa, cansados de escribir; mentes vacías de imaginación concentradas en escribir algo sin sentido porque, siendo realistas, ni este texto ni el de ninguno de mis compañeros tiene sentido.
Los lápices siguen escribiendo, me duele la mano y la tensión sube desde mis hombros a mi cuello; dedos golpeando la mesa. Tos, crujido de mesas. El silencio se ha marchado, han comenzado a susurrar entre ellos; algo de tensión se libera de mi estómago, el que está en mi cuello sigue sin querer irse. Cordones atados, los zapatos siguen juntos. La respiración incesante de los alumnos me inquieta; el profesor y los alumnos conversan, hablan sobre un trabajo. Me duele la mano de escribir. Los lápices suenan al chocar con la mesa. No sé de qué trata esta actividad, he escrito lo primero que me ha venido a la mente. Parecerá un texto inútil, pero la tensión en mi cuello hace que mi temperatura corporal suba, o eso siento yo.
Tengo sueño, estoy cansada, muchos lápices vuelven a escribir, suenan gomas borrando. Mi risa, la de Bella, me ha tranquilizado y ha liberado algo de tensión. Las mesas siguen crujiendo al moverme; manos apartando los restos de las gomas.
Se me acabó el folio, y eso que no sabía qué escribir. Los zapatos siguen atados sobre mis manos. Los zapatos se han desatado. El profesor golpea con suavidad a mi compañero para que su creatividad salga y empiece a escupirla en el folio, como hago yo. Estoy subida encima del tejado, o eso es lo que quiere mi mente crear; tiro los zapatos al suelo, ruedan por el tejado, uno cae, otro queda al borde, no piensa caer, pero deja caer al otro zapato, no quiere seguir ayudándolo.
Zapatos contra en suelo movidos por los pies de las personas, sufren, lloran, se desgastan, son maltratados por sus dueños, se rompen y los tiran a la basura. Lloran, sufren, los rompen. Lloran, sufren. Están en la basura, como el zapato que cayó por el tejado, se ha roto, es inservible. El zapato que no cayó, llora, porque va a ser arrojado a la basura junto con el otro porque no sirve, es inútil si no tiene al otro zapato que se ha roto. Lloran, como llora una madre al perder a su hijo, como llora un nieto al perder a su abuela. Los zapatos en mi tejado, ya no están en mi tejado.

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